Con su doble corazón de risa y lágrima, el carnaval provoca en los murgueros (y en particular en sus letristas) una especie de angustia anual incurable, que empieza a gestarse allá por mayo o junio y se extiende hasta entrado enero. En esos meses anotan ideas, sucesos cotidianos, grandes epopeyas o tristes asuntos. Van recorriendo el dial buscando las posibles melodías sobre las que edificarán cuplés inteligentes, críticos, graciosos, cursis, pretenciosos o sublimes. Los cuplés, chispa y alegría de la murga, atraen y seducen con la belleza y fugacidad de la luz de un fósforo en mitad de la noche. Pasan rápido y casi jamás vuelven a cantarse fuera de ese carnaval.
Las retiradas son otra cosa.
Agridulces y nostálgicas, son hechas para ser recordadas, revividas mil veces si es posible. En ellas, más que en ningún otro momento, late con furia ese ambiguo corazón malabarista de Momo, que canta adiós mientras renace, que enmascara con alegría esperanzadora su miedo de morir al bajar del tablado.
Las retiradas son el lugar preferido de los poetas carnavaleros.
Una visión romántica o folletinesca nos pintaría a estos creadores como eternamente bohemios, suspendidos toda la noche de un verbo, perdidos en boliches de mala muerte, casi afuera del tiempo. Cuesta imaginarlos corriendo un ómnibus para llegar en hora al laburo, entrando al supermercado o poniéndose el traje de contador.
Porque dicen que Alvaro García es contador. Y para colmo, de los buenos.
No intentes confundirnos, Alvarito.
Los que te conocemos desde hace algún tiempo, sabemos con propiedad que realmente sos un incorregible bardo y galán enamorador de cuánta musa carnavalera anda por el aire. Y que, entre porcentajes, cálculos y balances, guardás una tecla oculta por la que te fugás misteriosamente en algún momento del día a colgarte de esa metáfora inconclusa que te persigue y no te deja dormir.
Yo te supongo en un estado de “levitación murguera permanente” que te permite zafar de los fatídicos lugares comunes e inventar rimas insólitas, camiones volando como estrellas sobre Montevideo, batutas de grapamiel o murguistas apurando las hojas del almanaque, todo para intentar darle forma a esa Retirada perfecta y maravillosa con la que soñás siempre.
Parafraseándote, “ quizás nunca exista una retirada así”.
Pero la buscás. La buscarás eternamente porque de eso se trata este asunto.
Mientras tanto, yo voy a deleitarme abriendo estas páginas, yendo y viniendo atrás de tus baterías locas de remate, prendidas a esta ciudad como la llama de ancap, gozando tus personajes, coloreandome con estos dibujos y repasando bajito las melodías que me acuerdo. O sencillamente viendo bailar a tus versos sobre el escenario blanco del papel, así nomás, sin música ni clarinada.
¿Sabés qué lindo que se mueven?
Salú, poeta. Y hasta el otro carnaval.
Mauricio Ubal